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Hay hambre en el mundo porque producimos el doble de la comida que hace falta
Sandra Várez (Fundación Pablo VI).- Nuestro modelo de agricultura y de producción de alimentos a nivel global está en crisis. El último informe de la FAO habla de hasta 258 millones de personas en el mundo que se encuentran en situación de inseguridad alimentaria, y la pérdida y desperdicio de alimentos que nunca llegan a la boca del consumidor es del orden de 1300 millones de toneladas métricas cada año (1/3 de la producción mundial). El Papa lo calificaba en febrero como una “dicotomía desgarradora” entre los millones de personas que pasan hambre, frente a la gran insensibilidad que existe con el derroche de comida.
Paralelamente, se está produciendo un empobrecimiento cada vez mayor del pequeño y medio agricultor, sometido a limitaciones, burocracias y a los condicionantes de los costes de la distribución que le hacen casi trabajar a pérdidas, mientras se ven obligados a competir con los grandes productores, lo que ha generado multitud de protestas en todos los países del entorno de la Unión Europea, a la que sitúan en el origen de sus males.
La política agraria común es uno de los grandes desafíos de la UE y uno de los caballos de Troya que puede decidir la futura configuración del Parlamento. En toda la Unión hay unos trece millones de personas que dependen del campo, ya sean agricultores o trabajadores del sector agroalimentario, y de ellos depende una parte muy importante del PIB. Ante las próximas elecciones, existe el peligro de que las decisiones comunitarias puedan estar condicionadas por el voto y no por el bien común. De ahí la importancia de hacer una pedagogía para tomar conciencia de que la gestión de la explotación de los recursos que tiene la Tierra no puede hacerse solo desde una parcela, puesto que las decisiones que se tomen afectan de manera positiva o negativa al entorno ambiental global, al reparto equitativo de los recursos, y, en definitiva, al derecho de la humanidad a la alimentación y a la salud.
A lo largo de tres sesiones, el Seminario organizado por el Departamento de Ecología Integral de la CEE, la Fundación Pablo VI, Enlázate por la Justicia, el Movimiento Laudato Si’ y la Comisión Diocesana de Ecología Integral de la Archidiócesis de Madrid trata de dar una visión de conjunto sobre el modelo de producción agrícola global y cómo hacerlo más sostenible, equitativo y justo.
Agroindustria y cambio climático
En la primera sesión tres expositores nos dibujaron una panorámica global del sistema agroalimentario actual, de sus excesos, de su impacto en el entorno y en la salud de las personas.
La primera intervención corrió a cargo de Eduardo Agosta, climatólogo carmelita, asesor del Movimiento Laudato Si’ y del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral. Su ponencia sirvió para aclarar conceptos sobre lo que es cambio climático y no lo es, cómo éste impacta en el ecosistema regional y global y, en el futuro, cómo va a obligar a modificar radicalmente el modelo de producción agrícola.
El calentamiento global es un hecho. Una de las representaciones más famosas de este proceso es la gráfica creada por el climatólogo Ed Hawkins, profesor de la Universidad de Reading (Reino Unido), que representa la variación de la temperatura desde 1901 a la actualidad. En ella se sitúa el 2023 como un año histórico de temperaturas extremas, en un proceso de incremento, desde el período preindustrial, de 1,51 grados. Según la evolución de la gráfica, es a partir de los años 50 cuando el equilibrio en el clima empieza a romperse, debido, principalmente, al aumento de los gases de efecto invernadero, lo que pone de manifiesto la indiscutible responsabilidad de la acción humana en este estado de transición del clima.
En su intervención, Eduardo Agosta, explicó, con gráficas y datos, el efecto que la combustión de estos combustibles fósiles ha ido provocando en la atmósfera en el último siglo, con el calentamiento de los océanos, el deshielo de los polos (a un ritmo de decaimiento del 25% en los últimos 50 años); el alargamiento de los veranos en casi 5 semanas desde los años 70 del siglo pasado; la disminución de los caudales medios de los ríos, en algunos casos de más del 20% en las últimas décadas; la expansión del clima de tipo semiárido, con más de 30.000 km2 de nuevos territorios de estas características en unas pocas décadas; y el incremento de las olas de calor, que cada vez son más frecuentes, más largas y más intensas.
Una situación que se vive de forma especialmente dramática en España, donde se suceden los períodos extremos de olas de calor y las sequías son cada vez más prolongadas, generando graves consecuencias para los cultivos de determinadas zonas por la disminución del agua dulce.
Los efectos de una agricultura extractivista
Este panorama se agrava por la preponderancia de “un sistema de producción agrícola extractivo”, articulado “en torno a la búsqueda del máximo rendimiento” y sumido en “el paradigma tecnocrático”. Así lo califica Félix Revilla, director de la Escuela de Ingeniería Agrícola y Agroambiental INEA-Universidad Pontificia Comillas, una escuela educativa de la Compañía de Jesús que, desde 1964, se dedica a la formación agraria y empresarial para impulsar un modelo de agricultura más sostenible y menos capitalista. En su intervención, Revilla hizo una exposición de lo que significa la sostenibilidad y cómo la falta de ella hace que las brechas entre los que pasan hambre de forma crónica y los que viven en la opulencia se haga cada vez más grande. Los datos que puso sobre la mesa cifran a los afectados por el hambre crónica en 735 millones de personas; a las víctimas de inseguridad alimentaria en 2.400 millones de personas.
En este sentido, apunta el modelo agroalimentario actual como uno de los mayores factores de contaminación del ecosistema, del agua y de pérdida de biodiversidad, puesto que, en gran parte, está destinado a la alimentación de una sobrepoblación y sobreexplotación del vacuno y los rumiantes para la satisfacción de una dieta basada, principalmente, en el consumo de carne. “Si el mundo llevara una dieta basada en plantas contribuiríamos a reducir la superficie agrícola mundial de 4 mil millones a mil millones de hectáreas”, explica Revilla. Pero, el excesivo consumo de carne roja, por encima, incluso, de lo que el cuerpo necesita; y la gran cantidad de comida que se desecha, acaban generando un grave impacto medioambiental y humano, cuyo efecto se multiplica en los más pobres.
Los números lo dicen todo: se necesitan 6 veces más kilos de cultivo para producir 1 kilo de carne que para producir 1 kilo de patatas, a lo que hay que añadir la contaminación que generan los fertilizantes, el coste oculto de la importación y los embalajes y cómo van aumentado los precios por los costes acumulados en la cadena de valor. En este punto, adujo, cuando nos preguntamos por el sentido que tiene producir soja en Brasil para alimentar unos pollos en Andalucía que luego se van a exportar a Sudáfrica la única respuesta que puede darse es “porque es un negocio muy rentable”. Y eso tiene mucho que ver con el paradigma tecnocrático del que habla el Papa.
La Laudate Deum, la exhortación apostólica de Francisco sobre el cuidado de la Casa Común incide mucho en esta idea del paradigma tecnocrático. Entre otras cosas, dice que nuestro sistema de producción agrícola se parece mucho al extractivismo minero y promueve un modelo de trabajo de mano de obra barata migrante y sin apenas derechos laborales. Un paradigma, denuncia Félix Revilla, del que tampoco se escapa la agricultura familiar, “atrampada” por un sistema que les lleva a ponerse al servicio de las grandes multinacionales de alimentación, a invertir mucho dinero en maquinaria y a entrar en la rueda de los sobrecostes. Pero, cuando el agricultor se ahoga, en vez de protestar contra estas multinacionales acaba protestando contra el Estado, contra Europa, contra la Agenda 2030, etc. En este sentido, Revilla cree que las protestas del campo, más que fundadas, están contaminadas por la política, por la falta de información y por una ausencia de organización del sector.
La agricultura, “un modelo que nos alimenta y nos envenena a la vez”
La última intervención, de Fernando Valladares, profesor de investigación del CSIC, -donde dirige el grupo de Ecología y Cambio Global en el Museo Nacional de Ciencias Naturales-, y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos se centró en el impacto que ese paradigma tiene en la salud humana y la de la biodiversidad.
En continuidad con lo expuesto por Eduardo Agosta, el divulgador científico galardonado recientemente con la Medalla de Oro de la Cruz Roja, comenzó explicando los efectos provocados en la atmósfera a lo largo estas décadas por el uso continuado del carbón y otros combustibles fósiles, a pesar de que, hace más de un siglo, ya se sabía el efecto que esta combustión continuada generaría.
En segundo lugar, habló de la explotación de los recursos hídricos utilizados, en gran parte, para sostener una actividad agrícola y ganadera que tiene como fin el mantenimiento de una dieta carnívora cuyos efectos en la salud humana y ambiental están sobradamente probados: obesidad; mayor probabilidad de desarrollar cáncer, enfermedades tiroideas y otras alteraciones endocrinas; y mayor resistencia a los efectos de los antibióticos. Aunque la mayor parte de la superficie terrestre es agua, solo 2,5% del Planeta es agua dulce, pero un 1/3 está contaminada. En este sentido y, en la misma línea de Félix Revilla, Valladares mantiene la tesis de que muchas de las protestas del sector del campo o del sector agroalimentario están basadas en la desinformación y en los intereses de una industria incapaz de reconocer que “no hay agua para tanto cava”.
En tercer lugar, Valladares se refirió a los efectos del uso de fertilizantes y otras sustancias para la sobreproducción de alimentos, hasta convertir la agricultura en la causa de “una fractura metabólica global”. A mediados del siglo XX, superados los períodos bélicos, la agricultura comenzó a dispararse permitiendo un crecimiento exponencial de la población humana; pero varios ciclos de la materia y la energía se quedaron sin cerrar desde entonces. Para lograr ese disparo, hizo falta obtener nitrógeno y fósforo en grandes cantidades porque la fertilidad natural de los suelos ni era suficiente ni daba tiempo a su regeneración. Esa captura de nitrógeno para producir comida en altas cantidades supone un alto coste medioambiental y humano, provocando más muertes que la malaria o el SIDA. Es así como, explica Valladares, el modelo de agricultura actual “nos alimenta y nos envenena a la vez”.
Según datos de la OCDE, el 8% de las emisiones antropogenéticas totales de gases con ‘efecto invernadero’ (en equivalentes de CO2) son imputables a las actividades agrícolas. Muchos de los alimentos acaban en la basura y, para producir este excedente se usa 1/3 de las tierras cultivadas del planeta, 1/4 del agua dulce utilizada y hasta 300 millones de barriles de petróleo.
Todo esto para sostener, además, un modelo de dieta, eminentemente carnívora, que provoca hasta un millón de muertes al año. “No me cansaré de decirlo, apuntó Valladares, hay hambre en el mundo porque producimos el doble de la comida que hace falta”.
¿Motivos para la esperanza?
A pesar del panorama desolador que dibujaron los tres ponentes, quisieron insistir en que no todo está perdido, poniendo el énfasis en la llamada a la acción. La crisis climática que vivimos “nos está dando una oportunidad para hacer las cosas de otra manera”, apuntó Fernando Valladares. En este sentido, la Laudato Si’ es una hoja de ruta fundamental para los católicos, que ha puesto sobre la mesa los límites del ejercicio de nuestra libertad en el uso de los recursos de la Tierra. Somos custodios, no dueños, recuerda el documento, y eso supone que tenemos el deber de cuidarla y tomar conciencia de que no todo lo que podemos hacer, se debe hacer. “La ciencia permite ver, y la Laudato Si’ ilumina desde la fe principios para la acción y la transformación”, explicó Eduardo Agosta.
En esta misma línea se manifestó Félix Revilla. Hay cosas que no son opinables ni propias de ideología. Y, en este sentido, refiriéndose a las protestas de los agricultores contra Bruselas o la Agenda 2030, reconoció que hay mucha ignorancia y mediatización política hacia un documento que “nadie ha leído, ni siquiera mis alumnos universitarios”. Para concluir recordó el llamamiento del Papa a proteger el medio rural y al agricultor. “Pero eso, añadió implica también una responsabilidad por su parte”
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